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10/16/2007

Otra vez con miedo me acuesto pero ahora no
me atrevo a buscar en el cielo. No veo llegar la hora en que el tímido rayo de
luz alcance el techo y cierro los ojos esperando un ruido, el que sea. Este parco
cuarto se convierte en un abismo interminable de espejos que me avergüenzan. Veo
pasar mis tiempos entre tumultos y me preguntó por ese algo, por ese alguien que
¿se esconde? Por fin mi cuerpo siente un ligero calor y se aferra a los motores y voces lejanas. El desayuno un
latido, el viaje hasta la oficina, otro latido; llamadas, holas, haz esto,
otros cuantos latidos más; comida, besos en mejillas, una sonrisa por allá,
parecen darle ritmo. De regreso intento reinventar las formas de los árboles,
de conjugar el aroma del café con el insípido sabor de las personas pero como
ayer, saco el monedero pues pagar el
pasaje y encontrarme con las horas es lo único seguro a pasar. Veo la televisión
un rato, tomo el libro pero como no quiero caer, lo cierro y simulo que todo
esto tiene un sentido.

Veo la cama, mi alma está asustada.

Me siento en la orilla, pasan eternidades
en silencio y decido abrir el libro que con tanto esmero me envolvió:

“…y en Tu salvación, ¡cómo se goza!” (Salmo
21:1 b)…

Goza, goza pensé.

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Nota: Este texto no habla sobre mi. Es sobre una persona, que espero se haya comprendido, està confundida y perdida pues no conoce personalmente a Jesùs: el ùnico que da pròposito a los dìas, a la vida misma.

Así es que no se preocupen...que nos les haga patinar la primera persona.

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